La niebla oculta la cima del cercano Txindoki y se posa sobre los tejados de los caseríos de Abaltzisketa. En uno de ellos trabajan Emilio y sus dos hijos. El padre coordina la extracción de los excrementos de las vacas en el pozo negro a una cisterna para abonar los suaves prados de la propiedad. Adur, el hijo mayor, conduce la excavadora que arrastra la cisterna y el pequeño Egoitz maneja con soltura el tractor. Hay fardos de hierba envueltos en plástico para alimentar al ganado en invierno. Y allí, en su casa, el ordenador, conectado a la banda ancha a través de una antena en la parte posterior. Y en la punta del monte, la antena emisora que conecta a todos los ordenadores del valle. Incluso a los portátiles.

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